El algarrobo, un aliado inesperado contra el cambio climático
El algarrobo no es solo un árbol. Es un agregador de historias complejas simbolizadas en lo abigarrado y sinuoso de su tronco. Es pasado de un país que se alimentó de su fruto durante la guerra civil para combatir el hambre y la desnutrición, pero también es presente merced al redescubrimiento de sus beneficios medioambientales y nutricionales.
El Algarrobo Europeo (Ceratonia Siliqua), cuyo origen se sitúa en el Asia sudoccidental desde donde se extiende por todo el Levante Mediterráneo, tiene en España actualmente a su principal productor del mundo. Según datos de la asociación sin ánimo de lucro EiG –empresas productoras de algarroba–, las cosechas nacionales oscilan entre las 50.000 y las 80.000 toneladas anuales.
Según un informe de la misma asociación, la gran rusticidad del algarrobo, su adaptación a una agricultura «a tiempo parcial» en expansión, el incremento de la rentabilidad en las nuevas plantaciones, debido a su elevada productividad, unido a las potenciales perspectivas comerciales de este fruto desecado, hacen que esta especie pueda ser considerada como una renovada alternativa de cultivo para determinados secanos y zonas con escasos recursos hídricos.
Pero más allá de la industria que floreciente en torno a este alimento, en paralelo a su potencial económico, el algarrobo es relevante en términos medioambientales porque ayuda en la restauración de suelos y la mitigación del cambio climático en las comarcas del litoral mediterráneo español. Lo es gracias a su importante capacidad de actuar como sumidero de CO2 y por su facilidad para adaptarse a climas secos.
Hace un par de años, la Unió de Llauradors de Valencia puso en marcha el proyecto Garrofa Viva, con una declaración en la que se hablaba de la capacidad del algarrobo para prevenir la desertización, las inundaciones o los incendios forestales. Todo eso se debe a la enorme resistencia que esta especie autóctona presenta en circunstancias adversas, siendo además un árbol generoso que apenas necesita cuidados.
Un cultivo que combate incendios
“El algarrobo tiene un fuerte sistema radicular y eso le permite coger mejor el agua del subsuelo, con lo que lo hace muy resistente a la sequía. En caso de incendios este árbol también presenta una gran tolerancia, dado que, por un lado, acumula menor cantidad de biomasa que otros árboles, y por el otro, sus hojas tienen muy baja inflamabilidad, lo que retrasa su momento de entrada en ignición”, explica Miguel Pérez, impulsor del proyecto Ibiza Carob Company y del relanzamiento de la recogida de la algarroba autóctona de la isla de Ibiza para la elaboración de productos ecológicos.
Por último, sin salirnos del plano medioambiental, cabe destacar que este árbol históricamente infrautilizado es también un importante indicador climático. Allí donde están estos árboles, no hay heladas –estos árboles son poco resistentes a las heladas–, con lo cual terminan siendo una pista para el plantado de naranjos con la garantía de obtener rendimiento económico.
Así pues, el cultivo de algarrobo ha pasado de ser una tradición necesaria –pero infravalorada– destinada a proporcionar una fuente de energía a los animales de tiro y labor; a ser considerado algo más, mucho más: hoy el algarrobo es el generador de un ‘superalimento’ con multitud de propiedades saludables, el freno a la desertificación en lugares fuertemente afectados por el cambio climático y el patrimonio de un país que no siempre le fue leal.