Macrogranjas y el futuro agrícola
Las macrogranjas son actualmente un símbolo de crispación, no solamente entre los afectados y su ministro; en la sociedad hay, independientemente del nivel e incluso dentro de las familias, posiciones contrarias y discutibles.
Por Mario Gómez, productor, consultor internacional y perito hortofrutícola y de logística en Alemania
Artículo publicado en la Revista ECA FRUITS Nº 16 Marzo 2022
Los problemas son evidentes, como dice el nuevo ministro de agricultura alemán, Cem Özdemir, quien pone como ejemplo el caso de la carne: “Un kilo de carne picada cuesta 3,98 euros: esto no puede ser resultado de animales felices. Ninguna familia granjera puede vivir de eso; arruina a las empresas productoras, evita mejor bienestar de los animales, propicia la extinción de especies y agrava el clima“.
Su misión declarada es clara: subir los precios de la alimentación cárnica (posiblemente introduciendo precios mínimos por ley) y hortofrutícola (cambiando el sistema de la DUN, posiblemente cargando las exigencias de criterios “verdes“), además de conseguir un mayor margen en la cadena de valores. Claro que está por ver si ese valor por crear llegara hasta el granjero o si por el contrario solamente le queda la responsabilidad y producir cada vez con más costes sin realmente poder participar del valor añadido.
Pensemos o digamos sobre lo “macro“ lo que a cada uno nos parezca. La realidad es que permite producir a precios muy accesibles con productos ciertamente válidos, pero la calidad y sostenibilidad en muchos aspectos son cuestionables y no creo que tengamos que discutirlo. Por otro lado hay muchas voces que reclaman que los costes periféricos por antibióticos, hormonas, excesos, nitrógeno, etc., causan a medio y largo plazo tantos daños colaterales que encarecen el producto para la sociedad por encima de lo que cuesta en el punto de venta. La sociedad rechaza este tipo de economía pero los gobiernos se „lavan las manos“ responsabilizando a las cadenas de supermercado, aunque en absoluto se les puede indicar como autores de la situación.
Tampoco me paro en ningún momento a responsabilizar al empresario granjero que respete las leyes y reglas por verse obligado a maximizar la efectividad y el volumen para afrontar las circunstancias legales y las exigencias mercantiles. Todos se tienen que mover dentro del sistema establecido del quien nadie es responsable unilateralmente pero que ha conducido a una situación general que es ampliamente criticada y en muchos aspectos critica.
¿Qué tiene que ver todo esto con la gente del campo?
Pues a parte de que los granjeros también son siempre gente de campo, aunque no lo labren, todos solemos tener ese amor por la tierra y la naturaleza, y queremos mantener la vida rural. En este sentido, creo que los hortofruticultores vamos a un ritmo espantoso de afrontar problemas similares a ellos. Se visibiliza que quedarán pocos macroproductores (privados, cooperativas macroasociadas y fondos de inversión) con fábricas automáticas que venderán sus producciones a los pocos distribuidores/supermercados que quedan. Se binariza el sector.
¿Con productos de calidades similares a las de las macrogranjas? Esto no lo tengo claro. Pero posiblemente la oferta del futuro no dará más que productos ópticamente muy perfectos, con mucha vida, al igual que insípidos y relativamente bajos en vitaminas y otras calidades. Por otro lado, hay que reconocer que últimamente están haciendo algunas variedades muy buenas. Hay esperanza.
Pero no para muchas familias agrícolas que tendrán que dejar la actividad. La vida rural decaerá en muchos más sitios. Estamos en pleno proceso de desaparición de familias agrícolas (con diferente efecto según productos o zonas) y deberíamos cuestionar el escenario presentado detenidamente.
Si miro hacia atrás, más de treinta años largos, recuerdo una inmensidad de personas interviniendo a todas las escalas del mercado de la fruta. Normalmente gente trabajadora, hábil y que se ganaba bien la vida; había para todos y los productos eran económicamente accesibles. Aunque sí, algo menos sanos por el uso de químicos dañinos para productor y consumidor. Ahí hemos mejorado sustancialmente aunque dudo que a un coste y de un modo razonable.
Primero en el norte y centro de Europa y ahora también en el mediterráneo ha ido y está desapareciendo primero el pequeño comercio, luego los mayoristas y todo el mercado alrededor. Esta proyección no es nueva, la llevamos viviendo las últimas dos décadas y aunque han ido desapareciendo clientes y compañeros de viaje lo hemos dado por normal debido al cambio de hábitos. El mercado cambiaba pero el consumo y la producción seguía. Por lo que nadie se ha preocupado. No parecía ser una amenaza para el agricultor, pero hoy la concentración de la demanda le afecta directamente.
Va desapareciendo el agricultor «clásico», con un impacto para la infraestructura rural por despoblamiento continuado que no tiene cifras para mí. En los huesos sentiremos la pérdida de capacidad de compra y el declive del servicio y la calidad de vida (ni escuelas, ni bancos, ni bares, ni tiendas, ni transportes o médicos, etc) en nuestros pueblos. Y no afecta solamente a los que viven en ellos, sino a gran parte de los españoles que viven en la ciudad pero que en cuanto tienen algún día libre la cambian por “su” pueblo. Si no somos capaces de cambiar las «reglas del juego“ me temo mucho que nos cambiará la vida negativamente. A todos importa y debe importar lo que sucede en el sector primario, como estamos viendo tan básico para la sociedad en general.
¿Queremos esta situación en el campo y para los pueblos? ¿Debemos ceder nuestras fincas a los que están ya en la rueda del futuro comercial? Los precios de los terrenos son aceptables y retirarse parece para muchos pequeños y medianos agricultores de «commodities» una opción antes de ir reduciendo su patrimonio anualmente. Pero, ¿qué va significando esto para la oferta de variedad de productos, la sociedad y los pueblos que se mantienen aún justamente por la actividad agraria? Si esto no es el futuro que deseamos, toca hacerse cargo de la situación y elaborar estrategias para poder exigir cambios, leyes, tasas y ayudas con el fin de mantener la agricultura viva entre las familias de las tierras orígenes.
Cabe pensar en la «cara“ de nuestros pueblos en el futuro. Quién reemplazará a los que se van. Porque está claro que en muchos cultivos aún se necesita por temporadas mucha mano de obra. Igualmente en los almacenes y la logística o servicios acerca. En consecuencia trabajadores inmigrantes sustituyeran a los locales y superaran con creces a los pocos residentes antiguos. Conjuntamente con el declive descrito se nos presenta a cada uno el panorama que quiera ver. Pero la identidad de nuestros pueblos cambiará. Ya es realidad en algunas zonas de secano y se percibe en muchas otras más. La gente que deja los pueblos generalmente no vuelve por lo que se va precisando cada vez más mano de obra de «fuera“.
Si no se cuestiona ya el tema y nos ponemos intersectorialmente a trabajar sobre ello, se volverá demasiado grande para echarlo atrás y los daños creados en el sector agrario/alimentario serán irrecuperables además que los cambios demográficos proseguirán cambiando nuestro entorno sociocultural.
Es el mensaje que nos envía la situación actual de las macrogranjas.